La autoridad empieza por casa La autoridad empieza por casa

Publicado el 12/04/2013

Una familia que acompaña y enseña el valor de los límites es el primer requisito para que los chicos aprendan a respetar a los adultos.

En la entrevista, la profesora Andrea Testa sugería que la autoridad hoy no puede entenderse separada del afecto por los chicos, de un diálogo honesto con ellos y con sus saberes, de la humildad de reconocer lo que no se sabe pero también la firmeza de enseñar aquello que se considera valioso. En definitiva, sostenía que los maestros y profesores pueden reconquistar la autoridad por medio de sus trabajo en el aula. Emilio Tenti Fanfani, autor de varios libros sobre educación y consultor de IIPE-UNESCO en Buenos Aires, coincidió con la mirada de la docente: “Da gusto escuchar a la profesora Andrea. Sus apreciaciones son sensatas, claras, basadas en la experiencia. Ella dice cosas profundas sin recurrir a jergas y citar autores que solo sirven para sacar patente de 'experto' en educación”. 

Por otra parte, la mayoría de los lectores apuntó hacia otro pilar de la autoridad docente: el apoyo de los padres y la construcción de la noción de autoridad desde el hogar. Alejandro Vecchio, por ejemplo, sostiene: “Creo que no es un problema de los profesores ni de la enseñanza, sino de la sociedad, y más particularmente de la decadencia que ha tenido la figura de la familia. El respeto, el pedir permiso, el deseo por aprender, se deben enseñar en casa, y eso hoy no existe”. 

Margarita Adriana Rabellino, de la Universidad Pedagógica Nacional de México, añade: “Los padres parecemos temer a los hijos y a sus enojos como si se perdiera el amor de ellos por ser firmes; en consecuencia, la única figura de autoridad que les queda pasa por la escuela. Pero luego, si se es firme, aparecen estos papás temerosos tratando de ganar puntos con los hijos, que justifican lo injustificable, en vez de apoyarse unos a otros y cerrar filas por el bien del hijo, quien entonces entenderá que hay autoridades que protegen su vida y su bien. Si no comprendemos esto, los educamos para fracasar en familias, trabajos y en la sociedad por no saber respetar”. 

Otra docente, Miriam García, describe con cierto pesimismo: “Justamente el otro día vi un ejemplo claro de que el docente no tiene la culpa de cómo está el alumno hoy en día. Al entrar en el aula, uno de los chicos escupió en el piso. Le dije que eso no estaba bien y le pregunté si lo hacía en su casa. Me dijo que sí, y que como la escuela era su segunda casa, también iba a hacerlo allí. Y como las sanciones ya no existen, no sea cosa que el 'pobre chico' se traume, pues no hay nada que hacer”. 

Algunas miradas se dirigen también hacia los expertos académicos y los responsables de las políticas educativas de las últimas décadas. Elena Victoria Almada, de la Universidad Católica de Santiago del Estero, explica desde su experiencia: “La autoridad está siendo utilizada como una mala palabra. La crisis viene de arriba hacia abajo, en varios sentidos: desde lo gubernamental, los funcionarios de educación –que son tan 'laissez faire'– elaboran reglamentos que imposibilitan ejercer la autoridad en el aula. Se aplican pseudopedagogías en las que todo vale, pero estoy segura de que quienes diseñan estos 'reglamentos' están detrás de escritorios y no saben lo que se necesita para poder estar frente al curso y enseñar. Muchos docentes perdemos cada día 30 minutos de clase para poder comenzar con la tarea”. 

Ante este panorama, algunos maestros comparten algunas reflexiones que complementan a las que se proponían en la nota que disparó este debate. Claudio Francisco Gamarra, del Instituto de Educación Superior Santa Elena, asegura: “Yo creo que ahora se funde un poco el concepto de autoridad y el de liderazgo en el aula. Prefiero el segundo. Llegar a ser el líder en el curso e influir positivamente en la vida de todos es una tarea que requiere firmeza, convicción, preparación, respeto por los alumnos. Tengo 14 años frente a estudiantes, y sé por experiencia que algunos de ellos dan la impresión de que no te escuchan en el momento, pero con el tiempo les caen las fichas y te comprenden 100 por ciento: hay que sembrar y darles tiempo”.

También vale la pena destacar las palabras de la docente Carolina Carballo, que comparte su estrategia para construir una autoridad más cercana pero no por eso menos sólida: “Cuando los chicos se dan cuenta de que amás los que hacés, cuando les bajás los contenidos a lo cotidiano, les decís que vos también te equivocás pero que no vas a tolerar exabruptos, funciona. Yo lo aplico todos los días en mis clases y nunca tuve problemas. Creo que cuando uno no está feliz con lo que hace se frustra, y eso se traslada a las personas que reciben tus enseñanzas y te pierden el respeto. Si no te gusta enseñar, conviene hacer otra cosa porque es una profesión de mucha entrega”. 

Fuente: Clarín. Autor: Alfredo Dillon.